Ser sonero es algo así como un padecimiento socio-musical-poético que se adquiere de por vida, cuyo germen ha sido posible trazarlo a las prácticas musicales de comunidades marginadas, allá para mediados del Siglo 20 en la nación borinqueña. El sonero no nace, se hace. En círculos de salsa dura se considera que ser sonero es un estatus, un grado musical al que un cantante de música bailable llega luego de un proceso cantabiladista de bailes de marquesina, verbenas, graduaciones, fiestas patronales, festivales playeros, salas de concierto, tarimas de grandes estadios y la evaluación de pares y bailadores. El sonero es una criatura que se va gestando en las entrañas de alguien que quiere cantar las alegrías y las penas de la gente del barrio donde se formó. El sonero tiene que ser un tipo alerta a la realidad que le rodea y tiene que responder a ella desde una postura alentadora, positivista, agresiva-guapeadora y a la misma vez llena de humor callejero. No es fácil ser un sonero. Se puede tener todos los atributos antes mencionados pero si no se posee una habilidad dual de improvisación y el también doble vocabulario para expresarse en lo que se conoce como soneos, jamás se alcanzará ese estatus. El soneo es tanto una improvisación musical como una improvisación poética que requiere tanto vocabulario musical como literario. En el jazz la improvisación es una ciencia de estudio obligado para los instrumentistas y cantantes, que requiere conocimiento de la armonía, escalas, modos, y claro, la creatividad para combinar esos elementos de tal forma que reclute al oyente en el fenómeno de hacer música. El buen improvisador no se repite, cada frase que produce lo conduce al inicio de la próxima construyendo un pasaje nuevo cada vez que interpreta las partes de una canción.
Para el instrumento vocal el jazz ha reservado una categoría de improvisación llamada “skat singing”, que no es otra cosa que zabadibi páh páh, páh páh páuuu, donde el cantante puede combinar a su gusto vocales y consonantes con el ritmo que mejor le sienta en el momento de inspirarse en la construcción de frases y melodías. El sonero combina vocales y consonantes con sentido literario pero también tiene licencia para echar mano del “skat singing” cuando le de la gana y también tomar prestadas las técnicas de improvisación del jazz.
Existe una concepción generalizada de que el sonero es un cantante del género llamado salsa, que unos relacionan con la música bailable familia de la guaracha, el son y el guaguancó, y otros amplían el término para agrupar la diversidad de música bailable caribeña donde también cabe el merengue, la bomba y la plena entre otros géneros. El sonero del que estamos hablando es el que “guapea” soneando todo lo que cabe en la segunda concepción salsosa donde la clave es mandamiento mayor. Y me perdonarán las damas por el uso del género masculino en todo momento pero esto es terreno minado y dominado por el machismo. Soneras, ninguna, ni la tan aclamada Celia Cruz. Por ahí andan “La India” y “Choco” Orta entre otras féminas que se aventuran en el género, voces con carácter propio, afinadas y potentes, pero carentes del don que define el arte de sonear, la creatividad en la improvisación. La figura que define el arte de sonear, la que establece los estándares de la práctica es el dueño de la finca y la mujer, el macharrán Ismael Rivera, desde sus primeras grabaciones de El Charlatán, con la Orquesta Panamericana, y El Bombón de Elena con el combo de Cortijo. De Maelo a esta parte son muchos los cantantes que han habitado el universo de la música bailable respondiendo a los llamados que hace el coro con la aspiración de que la improvisación tenga sentido para el oyente componiendo al momento frases ingeniosas que puedan cualificarlo como sonero, lo que han logrado muy pocos.
De los cantantes agrupados en lo que se conoció como “Las Estrellas de Fania” sólo me atrevo a cualificar a José “Cheo” Feliciano y a Héctor Lavoe como soneros de alto rango, favoreciendo el segundo en picardía y humor. La figura de Pete “El Conde” Rodríguez representa en este corillo el estilo de canto de sabor cubano, que aunque en su forma tiene una llamada del coro y una respuesta del cantante, esta última es una limitada a la temática del asunto de la canción y un poco estreñida en la creatividad improvisatoria. Por esas sendas se crió Ismael Miranda para no llegar a ser sonero.
Fuera de la “piña” de Fania también soneaba otra gente. Blanco es, frito se come, gallina lo pone y huevo no es… Chamaco Ramírez se llevó a la tumba la respuesta del acertijo pero nos dejó grabada con la orquesta de Tommy Olivencia, una base de datos de soneos de alto nivel. Marvin Santiago se agenció su espacio en este exclusivo Olimpo de salseros con una marca propia en la improvisación que le validó la clasificación. Luiggy Texidor, a mi entender, llegó hasta las puertas del reino pero muchas veces le cerraron las puertas en la cara, aunque no se le puede quitar méritos por falta de popularidad. Frankie Ruiz, ¡Mi China!, se ganó los galones de sonero desde el oeste para darle la vuelta a la Isla y poner a bailar al barrio más grande de la nación puertorriqueña en la ciudad de Nueva York. Gilberto Santarosa se lanzó al charco a sonear en un momento en que parecía extinta la práctica de responder y “guapear” soneando a un coro que te exige más en vivo que en una grabación donde el soneo puede ser planificado. Es en el contexto de las grabaciones donde se crean figuras muy parecidas a los soneros, pero los que a la hora de la verdad, en tarima, lo que hacen es repetir lo que han grabado sin atreverse a saltar el marco que les restringe. Tome nota y dígame si no hay que tener “calle” para ser un buen sonero, para desde la marginalidad desarrollar un discurso musical que le gane el favor y el respeto de representar su procedencia. ¿Cuántos soneros tenemos hoy que den esa talla?
A propósito he dejado fuera la controvertida figura del “Cano” Estremera, el “Dueño del Soneo”, porque me parece meritorio ir por su trayectoria y por las posiciones que lo han llevado a ganarse la clasificación de controversial en una próxima columna. Sobre todo porque es el último sonero de una escuela en peligro de extinción. ¿Qué me dice, se apunta?
Por Irvin García
Publicado: lunes, 11 de julio de 2011
Ser sonero es como un padecimiento
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1 comentarios:
No olvidemos a Chivirico Davila y a Carlos Santos que a la hora de la verdad. metian mano!!!
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