Reseña: Lavoe: The Untold Story



Hay muchas fallas que se pueden encontrar en una mala película, como un pobre libreto, unas terribles actuaciones o una dirección rudimentaria, pero aún así, existen unas reglas básicas del lenguaje fílmico por las que se deben regir. También, por más mala que sea, se esperan unos estándares mínimos de calidad de cualquier producción cinematográfica, independientemente de su presupuesto, léase una apropiada iluminación, una edición coherente y –al menos- que la cámara esté enfocada.

Lavoe: The Untold Story, ni siquiera cumple con esto.

La cinta del director y guionista Anthony Felton, basada en la vida del cantante puertorriqueño Héctor Lavoe, es un desastre de proporciones tan increíbles que cuesta trabajo comprender cómo tomó nueve años su realización. El que sea un filme independiente no es excusa para el resultado tan paupérrimo que acabó proyectado en pantalla ya que hay excelentes películas que se estrenan todos los años que no cuentan con presupuestos multimillonarios. El talento no depende del dinero.

Como crítico, uno intenta hallar algo que destacar, y aquí lo único que luce bien es la clásica música de Lavoe, utilizada a lo largo del largometraje como fondo musical aunque no tenga sentido alguno escucharla en muchas de sus escenas. El resto de la producción –siendo muy condescendiente- parece un trabajo sin terminar, construido de material filmado a lo largo de mucho tiempo y montado aparentemente sin el más mínimo conocimiento de la esencia del séptimo arte.

El libreto de Felton carece de una estructura narrativa que le provea al personaje principal (Héctor Lavoe) un desarrollo satisfactorio. Se limita a proyectarlo simplemente como un drogadicto cantante de salsa, por lo que de “untold” la película no tiene nada. El guión se lee como la página de Wikipedia del artista, yuxtaponiendo momentos importantes de su vida y carrera de forma aleatoria como si se amparase en que de este mejunje nacería una trama por sí sola.

Luego de una breve introducción de Lavoe durante su infancia y adolescencia en Ponce, la historia se traslada a Nueva York, adonde el cantante se mudó para perseguir una carrera artística. En un claro ejemplo de un craso desconocimiento del lenguaje cinematográfico, Lavoe pasa, de ser interpretado por el joven Reynaldo Alvarado, a la caracterización de Raúl Carbonell, hijo, de una escena a otra. Primero está en Puerto Rico diciendo que se va a Nueva York, e inmediatamente cuando llega –a los 17 años- ya es Carbonell.

Debido a la inexistencia de una estructura que se asemeje a una película, la edición es igualmente terrible. Cortes abruptos y sin explicación rompen los momentos dramáticos –si se pudiesen describir así-, interponiendo presentaciones musicales de Lavoe. El filme no contiene sentido de tiempo ni espacio, saltando de un lugar a otro y de un año al siguiente en cuestión de segundos. Como Carbonell encarna a Lavoe desde que es un adolescente y NINGUNO de los personajes principales envejece durante las más de dos décadas en la que transcurre la historia, es imposible notar el paso del tiempo.

La caracterización de Lavoe por parte Carbonell es, cuando más, una caricatura. El actor puertorriqueño, quien ha interpretado exitosamente a “El Cantante de los Cantantes” en el teatro, no consigue darle profundidad a su actuación debido a las limitaciones del guión. Por el contrario, Joana Vargas, quien hace de su esposa, “Puchi”, es la clara definición de “sobreactuación”, queriendo hacer más con poco, en un trabajo risible que jamás se siente genuino, algo de lo que peca la mayoría del elenco.

No hay nada de qué agarrarse en Lavoe: The Untold Story. Ni los vestuarios se pueden mencionar, o al menos “una fotografía bonita” que se pueda usar de excusa para decir algo bueno de ella. Felton ni siquiera se esmera por presentar una imagen clara, enfocada y bien iluminada. Es una producción sin valores artísticos y de factura barata, que –contrario a las que lo son y no lo parecen- se ve así en todo momento, con una estética similar a la de un vídeo casero. Afortunadamente, como cantaba Lavoe, todo tiene su final… incluyendo las pésimas películas.

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