La película sobre Héctor Lavoe sólo la salva la música

La cinta comete el único pecado que no podía cometer: renunciar a arrojar un poco de luz sobre el mundo interior del cantante.
Las legendarias gafas de Héctor Lavoe servían para mucho más que para corregir una deficiencia visual. Detrás de sus grandes lentes, que se fueron oscureciendo a la par con su vida, se ocultaba el insondable mundo de un hombre capaz de rondar al mismo tiempo la cima del arte y la sima de la condición humana.
¿Qué pasaba en el alma de alguien que más tardó en atrapar la grandeza que en dejarla ir entre los dedos? Tal vez la respuesta estaba en el fondo de una mirada que sus gafas oscuras nos negaron.
La cinta, en vez de tratar de revelar algunos de los misterios de esa mirada perdida, el director Leon Ichaso opta por mostrar retazos biográficos desde una perspectiva distante que poco dice sobre el ser humano. Quizás el problema radique en haber decidido narrar la historia desde el punto de vista de su esposa Puchi (caracterizada por Jennifer López), o tal vez esa haya sido la manera de solucionar un problema mayor: no tener nada nuevo que decir sobre Lavoe.
Los testimonios de Puchi en la película nos llevan por dos líneas paralelas: la tormentosa vida afectiva de Lavoe y el recuento de sus hitos musicales. La primera no tiene profundidad y coquetea con los clisés de una telenovela. La segunda tiene a favor la calidad de la banda sonora y el talento de Marc Anthony, quien muestra en el escenario lo que oculta durante el resto de la cinta.
Poco importa que su timbre de voz sea distinto al de Lavoe y que le falten varios kilos para parecerse a él en la recta final de su vida. En ambos casos hay algo que hace que uno salga de la sala con ganas de volver a los discos viejos: un cantante.

Diario: ELTIEMPO

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