Homenaje a Hector Lavoe en Ecuador




Reportaje 1:
Un coliseo totalmente lleno, con cerca de once mil personas, recibió en medio de ovaciones, baile y aplausos a los salseros Andy Montañez, Cheo Feliciano, Ismael Miranda, Adalberto Santiago, Willie Colón y Yomo Toro, quienes ofrecieron un show en tributo al desaparecido Héctor Lavoe.

Ocho y treinta marcaba el reloj cuando aparecieron los presentadores Marcelo Cornejo y Tabata Gálvez (RTS), Lidya Ronquillo (radio Rumba) y Alberto Jaramillo (radio Onda Positiva) para empezar el show. El cantante ecuatoriano Gustavo Enrique fue el encargado de abrir, en su repertorio incluyó una canción que escribió para Lavoe. Acto seguido apareció en escena Yomo Toro con su cuatro (instrumento de cuerda) y al mismo tiempo Isidro Infante, que agradeció la concurrencia del público y dio paso a Adalberto Santiago, quien interpretó éxitos como La noche más linda y Bandolera.

Pantallas gigantes ubicadas a ambos lados de la tarima mostraban imágenes de los artistas en presentaciones con el Cantante de los cantantes y otras del show que se desarrollaba.

En una esquina debajo del escenario se encontraba Lesly Pérez, hija de Lavoe, apreciando el concierto. “Me alegra tanto ver jóvenes aquí y que sigan este género, que gusten aún de mi padre. Estoy agradecida con Ecuador por guardarle tanto cariño y manifestarlo de esta forma”, expresó conmovida.

El espectáculo continuó con Ismael Miranda interpretando éxitos como Todopoderoso, Vamos a reír un poco, Tú la tienes que pagar y a capela interpretó una parte de la canción Careta.

Cheo Feliciano le tomó la posta para cantar Todo tiene su final, con la que le rindió su tributo personal a “la memoria de mi buen amigo Héctor Lavoe”. Este tema puso a bailar a la gente que acudió con banderas, afiches, retratos e inclusive las gafas del salsero fallecido.

Feliciano compartió con el público su alegría porque este año está celebrando medio siglo de carrera musical.

Acto seguido interpretando la canción insigne de Lavoe, El cantante, salió al escenario Andy Montañez quien definitivamente se robó el show.

Su carisma y entrega lo convirtió en el más aplaudido de la noche. El tema Un verano en Nueva York fue el más bailado de la noche por los asistentes y también por él.

Montañez, a sus 66 años, demostró que su talento no es solamente en el canto sino también en el baile, pues acompañó a la perfección los movimientos de los dos bailarines que estaban en el escenario y al final cargó a la chica en sus brazos. El público deliró y no paraba de gozar y aplaudir.

En los recesos, en medio de las canciones, la gente gritaba “pillo, pillo”. El alacrán de la salsa contestaba: “por qué me dicen así, yo no soy pillo, yo soy buena gente”, y entre las risas empezó a cantar su tema Pillo buena gente. Para esta melodía invitó a escena al ecuatoriano Gustavo Enrique nuevamente quien lo ayudó con la letra.

A su llegada a Guayaquil Montañez contó a este Diario que desconocía el éxito de esta canción en el país y confesó no recordar la letra ya que hace un año y medio que no la cantaba. Sin embargo, tanta fue la insistencia del público que la cantó, equivocándose a ratos, pero sin dejar de agradar con su inquietante carisma y son.

Era el turno de El malo del Bronx, Willie Colón, quien tardó cerca de veinte minutos en aparecer luego de ser dos veces anunciado. En este tiempo de espera, Yomo Toro mostró su habilidad con el cuatro.

Durante el espectáculo no hubo venta libre de alcohol, según dijeron los organizadores por falta de permisos.

Apareció Colón, vestido con un terno gris y trombón en la mano, salió al escenario a interpretar temas como Juanito alimaña, El gran varón, Idilio. La demora había enfríado un poco al público.

Al final se vio juntos a los salseros Feliciano, Miranda, Santiago, Colón y Montañez que interpretaron La murga. El show se cerró pasada la media noche con un público que salió satisfecho.



Reportaje 2:

Viernes. La av. de las Américas, repleta de ruidos y muchedumbre. La gente se abría paso entre el tumulto formado por su propia vehemencia. La noche sería única, inolvidable. En años volverían sus oídos a ser testigos de un show que no necesitaba protocolos.

Los grandes éxitos de Héctor Lavoe alegraron hasta la madrugada.

Las horas no perdonaban. El público casi hacinado en el coliseo Voltaire Paladines Polo tampoco. Solo bastó que el concierto, planificado para las 20:00, tuviera minutos de retraso para que gritara. Y de pronto la luz se apagó.

Una figura apareció. Adalberto Santiago, boricua de nacimiento y de corazón, llevaba un documento llamado salsa que le sirvió de pasaporte para ir con la concurrencia, hacia un éxtasis prematuro. Sonaba en su voz La noche más linda y los gritos no se contuvieron.

Empezó el show. Antes, la orquesta All Star había puesto de antesala El rey de la puntualidad. En escena todo fueron luces de colores y movimiento acompasado de los músicos. En la pista y en los graderíos era la fiesta. La cadencia, como una fiera indomable, se apoderó de los pies y caderas de hombres y mujeres. Giros, balanceo de cintura, cruces de pies, era lo que se veía en cada mujer.
Cada quien era dueño de su cuerpo y lo movía con ritmo.

Ismael Miranda trajo consigo El todopoderoso, Vamos a reír un poco y con su traje negro hizo seguir esa liturgia de baile que el público por casi cuatro horas no abandonó.

La orquesta no calló. El sonido exquisito de las trompetas dejó que Cheo Feliciano con su grave voz resucitara a Lavoe con Todo tiene su final. El músico se dio tiempo para Ana Caona, de su repertorio.

El furor iba en ascenso y se disparó cuando salió el histriónico y bullanguero Andy Montañez. La gente estuvo feliz. No era para menos. El Cantante, Periódico de ayer, Un verano en Nueva York y su ya conocida Pillo buena gente mantuvieron el éxtasis e hicieron que las revoluciones del movimiento aumentaran.

Al llegar Willie Colón la intensidad había caído. El neoyorquino demoró en subir al escenario. Cuando apareció su gruesa figura, vestida de un terno gris, el público se encendió nuevamente. Pero la llama no fue la hoguera que hubo las dos horas y media anteriores.

Cantó las clásicas Juanito Alimaña, El gran varón, Idilio. La gente fue con el fin de divertirse. Y lo hizo. Ni las pequeñas fallas de sonido impidieron que el baile continuara, pero Willie se reivindicó. Tomó su trombón, invitó a Cheo, Adalberto y Andy y en conjunto cantaron La murga. Fueron los últimos 15 minutos de música que el público disfrutó al máximo.

Se alejaron del escenario. El público hizo lo suyo. Aquella comunión no se quedó encerrada en el escenario. En las mentes de los fanáticos aún reventaban como camaretas las canciones, la voz del sonero mayor, Héctor Lavoe.

Reportaje 3:
Hace 24 años, el Malecón de Guayaquil olía a urinario y en los cines de la ciudad se proyectaban películas norteamericanas clasificación B. La gente, como hoy, era rumbera. Y a ese Guayaquil vino a cantar un flaco cuya voz brillaba como un cáliz. Hoy, quince años después de la muerte de ese genio malcriado (aquella vez lo encerraron en el Cuartel Modelo por escándalo público), algunos de sus amigos más íntimos le rinden homenaje en el mismo recinto donde actuó: el Coliseo Voltaire Paladines Polo. Y la gente ha respondido, porque Héctor Lavoe fue pueblo.

Noche de mocasines blancos y vendedores que ofrecen, a un dólar y medio, cada botella de agua que han re/llenado en el baño. El público de pista golden se da cuenta de la mala inversión que hizo: se expidieron –que raro- demasiadas entradas para el espacio, y algunos ven el concierto como si viajaran en la Metrovía.

Después de que el salsero ecuatoriano Gustavo Miño abre el show con su versión de “Cali pachanguero” y un tema tributo a Lavoe, aparece sobre el escenario, como a las 21:00, Adalberto Santiago. Se ve bien, y ataca con dos muestras de la mejor “salsa brava” del homenajeado: “Aléjate” y “Bandolera”. Luego viene lo suyo. Primero, una sensible interpretación de “La noche más linda del mundo”, número de 1989 producido junto al maestro Isidro Infante, que ahora lo acompaña en el piano (un lujo para todos los salsómanos presentes). Con los ojos cerrados, Jorge Villavicencio, de treinta años, canta el estribillo que reza: “la nocha más linda del mundo, la he pasado yo contigo...”, mientras se aferra a la cintura de una morena. Después, un tema que Adalberto popularizó con Ray Barreto; explota “Quítate la máscara” y la gente se desquicia.

Hay banderas de Puerto Rico con el rostro de Lavoe por doquier. También se ven las de los maltrechos ídolos del astillero. En una pancarta se lee: “Chone con el sonero de la calle” y, en otra, algo sobre Portoviejo, ciudad donde el artista también actuó. “Allí lo vi”, dice Jorge García, de 52 años. Corrobora que la expresión “Ja, a papá” es un invento “lavoeiano”. La historia cuenta que cuando el sonero estaba actuando allá, alguien del público le ofreció un trago de caña. Al acercarse para recibirlo, su cadena de oro quedó colgando y una mano trató de arrancársela. El boricua se hizo para atrás y dijo: “Ja mijo, a papá”. Jorge sentencia: “he viajado expresamente para este concierto”.

Adalberto ha terminado y está en escena Ismael Miranda, de luto impecable (cargó el ataúd de su amigo). Suelta, acompañado por una orquesta llevada por el diablo, esa salsa gregoriana que afirma: “Todopoderoso, es el señor”, y la gente se entrega, manos levantadas, como en un misal evangélico. Luego, el salsero confunde Ecuador con Colombia y esa misma gente se lo reclama. De inmediato rectifica y saca de la galera otra joyita de Lavoe: “Vamos a reír un poco”. El público ríe y ya empieza a agenciarse mañas para comprar cariño etílico.

Llega el turno de la voz elegante de Cheo Feliciano. Entre el sahumerio de marlboros y belmonts esa voz robusta le da forma a un bolero: “De ti depende”. Luego, también, lo suyo: la gente goza con “El ratón” y entrega sus pies al frenesí de “Anacaona”. “Gracias por estar aquí, familia” expresa Cheo, antes de “Todo tiene su final”, otro hit de Héctor Juan Pérez Martínez, La Voz.

Durante cada una de las intervenciones, la orquesta ha sido acompañada por Yomo Toro, legendario cuatrista que acompañó a la Fania All Stars en algunos de sus conciertos más importantes. En cada solo parece devorar el instrumento. Su virtuosismo deja a la gente “seca”.

Sube al escenario Andy Montañez y, sin tregua, embiste con el tema insigne de Lavoe: “El cantante”. Ahora son muchas las gargantas que, como madera de aserradero, terminan raspadas por las palabras. Como para ganar por knock out, suelta “Periódico de ayer”. Un par de amigos cuarentones, encandilados por una clandestina redoma de aguardiente, hacen énfasis en su certera poesía: “¿qué te pasa, estas llorando?/tienes alma de papel/y como el papel aguanta todo/así mismo te traté”. El coliseo entero le pide a Andy su éxito actual, “Pillo buena gente”, y el sonero, después de jugar a esculcar los bolsillos de los músicos, complace al público.

Un solo de Yomo como preludio para la aparición de la leyenda. Willy Colón desgarra la sombra, y los célulares que filman parecen una cosecha de luciérnagas. Viste un terno de rotunda elegancia. Canta “Juanito alimaña” con toda la malicia, la calle necesaria. Le siguen “El gran Varón”, “Idilio” y “La murga de Panamá”. Le saca la madre al trombón y, preciso, regala la frase de la noche: “tengo un par de zapatos más viejos que la mayoría de ustedes. Sin embargo, conocen la música de Héctor. Eso demuestra todo”.

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